#61 - Fenomenología psicodélica: más allá del cuerpo y la mente.
Lo que sucede cuando alteramos nuestra consciencia a través de los psicodélicos. ¿Puede la experiencia mística y la fenomenología ser el portal para lo terapéutico?
Gracias al prohibicionismo de las últimas 50 décadas y al tabú cultural moderno contra las sustancias psicoactivas, el campo de estudio y de la investigación filosófica y fenomenológica sobre los psicodélicos estuvo parado durante mucho tiempo.
¿Qué es la consciencia? ¿Qué pasa cuando la expandimos o alteramos? ¿Qué sucede cuando abrimos el “portal” a través de estas sustancias?v
Los hongos psilocibios, también llamados hongos alucinógenos, son hongos que contienen sustancias psicoactivas como la psilocibina, la psilocina y la baeocistina. Nuestro cuerpo metaboliza estos alcaloides y los convierte en psilocina, la cual actúa como un antagonista parcial en los receptores de serotonina 5-HT2A y 5-HT1A en el cerebro.
Fueron una de las primeras drogas empleadas por la humanidad. Hallazgos arqueológicos muestran que ya en 1600 a.C. se consumía la especie Amanita muscaria (que no contiene otros alcaloides como el muscimol) en la India. Se los ha asociado al Soma y al Haoma, la droga sagrada de la inmortalidad en las culturas indo iranias, a la ambrosía de los mitos griegos, a los misterios Eleusinos, también en la antigua Grecia, e incluso (minoritariamente) a los orígenes del cristianismo.
Una ingesta de más de 2 gramos de hongos secos puede llevarnos a lo que parece ser otro reino. Aunque los efectos varían de persona a persona, ciertas características permanecen algo constantes en este estado de fenomenología psicodélica. Al principio uno se siente mareado y liviano: la gravedad parece más débil. Comenzamos a perder habilidades de coordinación corporal, como si estuviéramos regresando a la niñez.
Con los ojos abiertos, los objetos parecen balancearse, a menudo rítmicamente; las cosas a nuestro alrededor parecen palpitar. Se registran patrones fluidos, los colores fluctúan y se vuelven vívidos, los alimentos ofrecen sabores supremos que superan los puntos de referencia anteriores. Y todo esto trasciende aún más cuando uno cierra los ojos: aquí se viaja a través de lo que parece ser el tiempo y espacio, se encuentra con apariciones, seres que nunca vimos y entidades que intentan comunicarse. Uno experimenta sentimientos que son nuevos y, por lo tanto, inefables, sin que existan palabras a las que podamos referirnos.
Las emociones “normales” pueden aumentar en intensidad; las percepciones, los conceptos y los sentimientos pueden entrelazarse y perder así su distinción como tal. El tiempo puede parecer oscilar en ritmo, el espacio pierde significado: uno entra en un modo de experiencia de lo más fascinante, que después de aproximadamente cuatro a cinco horas desaparece.
Pero esto no solo sucede con los hongos, que talvez sean los psicodélicos más populares de la historia, sino también con otras sustancias de estructuras moleculares similares como el LSD, el DMT, la MDMA, la mescalina y la ibogaina.
Un campo al que interseccionamos cuando hablemos de fenomenología psicodélica es la filosofía de la mente. Las neurociencias también se puede incluir dentro de este campo. Pero el área en sí misma involucra preguntas más amplias, aunque a menudo complejas, que se relacionan con cómo se puede entender la mente dentro de una visión del mundo más amplia. Esta podría incorporar la metafísica, el lenguaje, la evolución y otras disciplinas que sientan las bases para explicaciones, en lugar de las bases mecanicistas de la mayoría de las neurociencias.
Una subcategoría de la filosofía de la mente es la “fenomenología”, que es el estudio de la realidad desde el punto de vista inicial de la conciencia, o lo que Immanuel Kant llamó “fenómenos”. Los humanos los percibimos, con nuestras formas particulares de percepción sesgada.
Que la fenomenología tal como existe hoy haya prácticamente excluido cualquier estudio de la fenomenología psicodélica es un error similar a que la zoología haya excluido cualquier estudio sobre los mamíferos. Un gran error.
Hasta hace algunos años, el conductismo lógico dominaba la filosofía de la mente. Esta es la opinión de que la conciencia no existe, pero que el lenguaje nos engaña haciéndonos creer que sí. De hecho, contiene todos los términos mentales, como “feliz”, “enojado”, “curioso”, “creencia”, etc. Estos se refieren simplemente al comportamiento físico, no a las formas mentales.
Una de las razones de este conductismo hiperracional fue el hecho de que los estados de conciencia no pueden verificarse empíricamente, solo sus correlatos físicos pueden hacerlo. No puedo percibir empíricamente tu felicidad, pero puedo percibir tu sonrisa. En última instancia, esto se basa en una epistemología (teoría del conocimiento) que afirma que no se puede saber que cualquier cosa que no pueda verificarse empíricamente sea verdadera, excepto las matemáticas y la lógica.
Esta epistemología limitante tiene una larga historia, pero saltó a la fama a principios del siglo XX con el nombre de positivismo lógico. Después de someterse a experiencias donde vivenciamos la fenomenología psicodélica, uno se da cuenta de lo absurdo del comportamiento: mientras está prácticamente inmóvil, sin ningún movimiento, un psiconauta puede atravesar paisajes y mundos inimaginables, convertirse en un animal u otra criatura desconocida, experimentar sentimientos que no pertenecen a los humanos, hasta un nivel infinito. Que todas estas experiencias mentales sean en realidad formas de comportamiento es una visión tan inverosímil como creer que Papá Noel es un insecto.
En términos más generales, las explicaciones materialistas de la mente parecen volverse menos factibles después de la experiencia fenomenológica a través de estas sustancias. Tal vez el cuerpo no se esté moviendo, pero seguramente el cerebro está muy activo, causando de alguna manera, o vivenciando, estas experiencias psicodélicas fenomenológicas.
En filosofía y biología existe el llamado “problema difícil de la conciencia”. Este es el problema de que no importa qué tan bien comprendamos los procesos del cerebro y del sistema nervioso en su conjunto, todavía no entenderemos cómo los movimientos físicos causan, interactúan o son idénticos a los estados conscientes o “qualia”: cómo la fisiología causa o coincide con la fenomenología.
La actividad de la dopamina en nuestro cerebro puede estar correlacionada con la qualia de satisfacción, pero un estudio fisiológico material solo mostrará que está ocurriendo actividad fisiológica, no le mostrará el proceso por el cual esa actividad se traduce en sentimiento.
Desde la obra del filósofo francés René Descartes, hemos centrado las explicaciones en la reducción de todo a materia y mecanismo. Con la conciencia ese modo de explicación llega a su límite. Como lo expresó el filósofo británico Bertrand Russell, “quedará una cierta esfera que estará fuera de la física… es obvio que un hombre que puede ver sabe cosas que un ciego no puede saber; pero un ciego puede conocer toda la física.”
Básicamente, cualquier explicación se basa en la epistemología de la experiencia personal. La epistemología personal está estrechamente vinculada al sentido de identidad y, por lo tanto, los desacuerdos epistémicos a menudo se vuelven complejos a medida que navegan alrededor de lo personal.
La fenomenología psicodélica permite escapar de la epistemología inculcada a lo largo de la vida (de alguna forma es salirnos de la caja sin dejar de ser la caja). Las maravillas de la naturaleza vuelven a ser maravillosas porque no son arrastradas automáticamente a categorías epistémicas de pensamiento preformadas (como “hoja”, “montaña”, “pintura”, etc.). Una “hoja” puede ofrecer un deleite visual impresionante, con su nexo de venas y sus tonos verdes que indican sus sublimes capacidades fotosintéticas.
Algo interesante que ocurre dentro de nuestro paradigma contemporáneo de creencias es que la conciencia está necesariamente condicionada por un cerebro: sin cerebro, no hay mente.
Sin embargo, en el caso de la fenomenología psicodélica esta idea parece menos sostenible. El filósofo francés ganador del Nobel, Henri Bergson, argumentó que el cerebro filtra la conciencia según las necesidades corporales, pero que el cerebro no crea la conciencia. Esto implicaría que una disminución de la actividad cerebral podría en realidad significar un aumento de la conciencia, cruda y sin filtrar.
Recientemente, se ha observado esta correlación inversa. Bergson trazó la analogía entre una radio y el programa que estaba reproduciendo con un cerebro y la conciencia vinculada a él: si se daña la radio o el cerebro, se puede tener un daño programático o mental correlacionado, pero esto no implica lógicamente que la radio reproduzca el programa. O que el cerebro produzca la esencia fundamental de la conciencia. La afirmación de Bergson de que la memoria, como aspecto de la conciencia, no depende de un cerebro ha sido corroborada recientemente por el descubrimiento de que el moho limoso (primo de los hongos) tiene memoria a pesar, por supuesto, de no tener un cerebro.
El argumento es que los psicodélicos, actúan inhibiendo la actividad cerebral, aumentando así la actividad mental, en términos generales. Una implicación es que la conciencia, o al menos una forma básica de subjetividad, es un aspecto de todos los organismos, no solo de los animales más complejos; es decir, que las plantas, los hongos y los seres vivos, tienen formas básicas de conciencia. Esta visión se conoce como pan psiquismo.
El matemático y filósofo Alfred North Whitehead argumentó que toda la existencia está realmente viva, y que no hay diferencia de clase (sino solo de grado) entre lo que comúnmente se distingue como orgánico e inorgánico. Su “filosofía del organismo”, o filosofía del proceso, puede resumirse en su afirmación de que “la biología es el estudio de los organismos más grandes; mientras que la física es un estudio de los organismos más pequeños”.
Esto no significa que la madera o los cables tengan su propia subjetividad, sino que las entidades parcialmente autoorganizadas (“autopoiéticas”) que los componen la tienen, desde el organismo, la célula, la molécula, el átomo y más allá.
Semejante filosofía, vinculada al hilozoísmo (la noción filosófica de que todo está vivo), bien puede parecer absurda para una persona con una base epistémica arraigada en el pensamiento postcartesiano.
Esto se debe esencialmente a que transgrede los axiomas que sustentan ese pensamiento. Pero como afirmó Friedrich Nietzsche, “el pensamiento racional es interpretación según un esquema del que no podemos escapar”. Pensamos que la mente está condicionada por el cerebro, pero esto nunca ha sido probado.
Estrictamente hablando, ni siquiera podemos probar que otras personas tengan mente, lo que en filosofía se conoce simplemente como “el problema de otras mentes”. Técnicamente, suponer que la mente es causada por el cerebro debido a una correlación psicofísica es cometer la falacia cum hoc ergo propter hoc (correlación no implica causalidad).
La fenomenología psicodélica nos abre nuevas vías de pensamiento aparentemente increíbles en un estado mental normal contemporáneo: un modo de ser que no podría estar más cerca del cometido del filósofo de cuestionar todos los axiomas y descubrir todos los supuestos. Como lo expresó el precursor de Nietzsche, Arthur Schopenhauer: “La filosofía tiene la peculiaridad de no presuponer absolutamente nada como conocido; todo en él es igualmente extraño y un problema.”
El pan psiquismo y sus semejantes no implican necesariamente dualismo: que la mente y el cuerpo sean dos sustancias separadas. Schopenhauer argumentó que el mundo estaba compuesto de “voluntades” subjetivas, o impulsos, deseos, que nosotros, los humanos, simplemente representábamos como materia espacio-temporal. Así, la materia como tal es causada por nuestra forma humana de subjetividad, en lugar de que la subjetividad humana sea causada por la materia (como cerebro). La materia y la mente, en esta forma de lo que se conoce como idealismo trascendental, son aspectos de una sola realidad (monismo), en lugar de la creencia de que dos sustancias interactúan (dualismo), como es común en muchas religiones que han surgido en los últimos milenios (islamismo, judaísmo, budismo, cristianismo).
Schopenhauer fue un seguidor del gran filósofo prusiano Immanuel Kant. Se sabe que Kant instigó la “Revolución Copernicana en Filosofía” porque argumentó de la manera más racional que no percibimos los objetos como realmente existen, sino que los objetos existen en la forma en que lo hacen porque los humanos automáticamente “traducimos” un mundo dado en formas que se ajusten a las estructuras de nuestras mentes. Así, la realidad se divide en fenómenos y noúmenos: cómo aparecen las cosas y cómo son realmente las cosas, respectivamente. Para Kant, ni siquiera el espacio y el tiempo eran reales, sino que nosotros los proyectamos sobre lo real, lo nouménico. En este sentido, la “realidad cotidiana” percibida es la alucinación.
Como escribió Albert Einstein en sus notas autobiográficas: “No crecí en la tradición kantiana, pero llegué a comprender lo verdaderamente valioso que se encuentra en su doctrina… solo bastante tarde. Lo real no nos es dado, sino puesto (a modo de acertijo)”.
Un hecho frecuentemente reportado en la fenomenología psicodélica es la extraña contracción y dilatación de la velocidad del tiempo: un minuto puede parecer una hora; una hora, un minuto. El espacio también se distorsiona en flujos inesperados, lo que lleva a la idea de que la fenomenología está interfiriendo con el modo funcional normal de proyección mental, permitiendo tal vez a la persona vislumbrar los noúmenos, la “realidad real” no circunscrita por espacio absoluto, tiempo u otras categorías de proyección mental. Kant creía que los humanos no podían acceder a los noúmenos, pero quizás la fenomenología psicodélica sea el portal.
Schopenhauer expuso las consecuencias de la opinión de que el espacio y el tiempo no son reales, es decir, que la realidad no puede tener distinciones espaciales o temporales: ni pasado ni futuro, ni aquí ni allá. Fundamentalmente, todo es uno, esto es llamado henología. Esta visión tiene una tradición que se remonta al menos a los antiguos griegos, y especialmente al pensador neoplatónico Plotino. Schopenhauer aplica esta idea metafísica a su teoría ética. Para él, la compasión era la intuición de esta henología subyacente y, por tanto, esta era la base de su teoría ética, vinculando así los dos campos filosóficos de la metafísica y la ética.
De hecho, la psilocibina está empezando a ser vista como una “medicina” terapéutica y ética, y las universidades (cuna de la ciencia) están empezando a informar sobre su gran potencial en varias áreas, incluyendo el tratamiento de la depresión y otros problemas de salud mental.
La fenomenología psicodélica puede sugerir este enfoque ético que deifica la compasión, una emoción que puede llevarse a niveles intensos en este estado.
Sin embargo, creo que no hay que pedirle tanto a la experiencia. Siempre pecamos de new age y también estamos teñidos por esta corriente de pensamiento contemporánea.
En esta fenomenología también existe lo que se puede llamar el estado psicodélico oscuro: visiones de horribles, demonios espectrales parecidos al Bosco y vastas extensiones alienígenas proyectadas por sombras, para expresar solo una fracción de este infierno empíreo. Hasta cierto punto, estas visiones oscuras y sentimientos son parte de lo que se llama lo “sublime”.
Bajo la experiencia de la fenomenología psicodélica, el sentido estético personal se intensifica enormemente. Los objetos normalmente rechazados son repentinamente apreciados por su asombrosa belleza, ya sea natural o artificial (incluso esa distinción a menudo se rompe en el estado). Edmund Burke describió lo sublime como un sentimiento de delicioso asombro causado por algún posible terror. En la fenomenología de la experiencia psicodélica, esto sublime puede entonces acercarse. Se puede temer o disfrutar, llorar y reír, gozar y sufrir; y esto probablemente depende en parte del carácter, las creencias y el adoctrinamiento totalmente personal de cada psiconauta.
Si uno ha sido criado en un entorno religioso occidental típico, tal sublimidad podría provocar una reacción adversa. En la experiencia psicodélica uno puede, al menos aparentemente, convertirse en las figuras que percibe. El sentido de uno mismo también puede desintegrarse en este estado, abriendo más preguntas sobre la identidad.
Varios pensadores han sugerido que el estado psicodélico es idéntico al estado místico (hola experiencia mística). Esta sugerencia por sí sola hace que la fenomenología psicodélica sea invaluable para la filosofía de la religión. Cuando uno lee los relatos de los místicos, sus experiencias a menudo parecen indistinguibles de las de la fenomenología psicodélica. La religión de un místico influirá en la interpretación de la experiencia, pero el sustrato es recurrentemente del mismo tipo.
Una figura luminiscente puede interpretarse como un ángel, un deva, un extraterrestre, un fantasma, un hada y similares, pero la figura con su aparente telepatía permanece como tal.
Existen muchas teorías respecto al origen de la religión, ciertamente es viable que la ingesta de psicodélicos como los “hongo mágicos” sea una de ellas. Esta era la opinión de Aldous Huxley en su ensayo “El cielo y el infierno”.
Si te ofrecieran una pastilla natural que pudiera brindarte una experiencia mística (una muestra del cielo y del infierno), ¿la tomarías? Quién no…
Esto es muy potente e implica los riesgos mencionados anteriormente con respecto a alterar la mente, en un sentido filosófico, emocional y energético. En un sentido fisiológico, recientemente se descubrió que los hongos psicoactivos son la droga menos dañina, mucho menos que el alcohol y el tabaco.
Y como siempre, terminamos con la piedra en el zapato de toda esta cuestión sobre el uso y el auge de los psicodélicos: la política de drogas y el control. Desde la filosofía política es necesario considerar la afirmación del padre del liberalismo clásico, John Locke: “el fin del derecho no es abolir o restringir, sino preservar y ampliar la libertad”.
Que un hongo que se ha demostrado que no representa ningún peligro para la salud, y que además, tiene propiedades terapéuticas y que crece naturalmente en todo el mundo en los campos abiertos esté prohibido bajo amenaza de castigo severo por muchas naciones (y catalogado como droga de la Lista 1 por las Naciones Unidas) es una ofensa a la dignidad humana y una agravio a la razón misma.
La prohibición es ciertamente es una restricción a la libertad de expandir la mente. A nuestro derecho humano de explorar nuestra propia libertad cognitiva.
Sin duda, los psicodélicos deberían ser reverenciados más que temidos y respetados del mismo modo. Debemos transformar la impresión actual sobre ellos y permitir que la fenomenología psicodélica ingrese una vez más al campo académico de investigación.
Para talvez algún día probar y desmitificar, que lo terapéutico de verdad va más allá del cuerpo y la mente.